Érase una vez… Caperucita y el Lupus Feroz
Hay una estrofa de una canción, “No hay palabras” de Presuntos Implicados, que dice:
“…que se vuelva palabra ese desnudo del ser
y que entregue el discurso que guardó en mi piel”.
De “ese discurso que guarda la piel de Caperucita” y de cómo el psicodrama puede ser una fórmula eficaz de intervención, es de lo que trataremos en este artículo. Así uniremos psicosomática y psicodrama a partir de un trabajo de investigación sobre el diagnóstico de una enfermedad, el Lupus, que nos permitirá hacer un recorrido en el proceso que provoca en el sujeto la representación y el análisis.
Lo que se relata a continuación surge de una experiencia como sujeto diagnosticado de una enfermedad autoinmune, sistémica, de las llamadas “invisibles” y que recibe el nombre de Lupus Eritematoso Sistémico y de su abordaje desde un tratamiento analítico y
psicodramático.
Al iniciar la búsqueda de información sobre el cuento me encontré con distintas versiones, además de las más conocidas de Perrault y de los hermanos Green. Más de una de estas versiones, la de Perrault por ejemplo, se dedican, más que a otra cosa, a dar consejos
moralistas sobre lo mal que le puede ir a una niña que se interna en el bosque. Sin embargo, al mismo tiempo, cumplían una misión
protectora pues, realmente, en las zonas rurales existía riesgo de que los lobos pudieran atacar a los niños que se alejaban del núcleo de la aldea, y quien dice lobos dice asaltadores, violadores.
Encontramos incluso alguna de estas versiones escrita en latín y que se remontaba al s. I. Desde ahí hasta el “Psicoanálisis de los cuentos de hadas” de Bettelheim nos encontraremos con diversas interpretaciones del cuento y de toda la simbología que encierra.
Esto con respecto al cuento.
Y con respecto a la enfermedad, allá por el s.V antes de Cristo, Hipócrates ya describe ciertas lesiones cutáneas que algunos
investigadores atribuyen a lesiones lúpicas. El origen del nombre de la enfermedad no es del todo conocido pero parece que el término lupus, que como sabéis significa lobo en latín, se relaciona con la similitud existente en algunas lesiones cutáneas y la gravedad de
las lesiones en órganos internos que producía la enfermedad y que se hacían asimilables a las lesiones producidas por la mordedura de
este animal. El uso de la palabra lupus en su acepción médica se sitúa allá por el año 963 y es realizado por Herbemius de Tours.
La antigüedad de ambos, cuento y enfermedad, o al menos las referencias a ellos, nos hacen pensar en cómo se unen y en cómo las dificultades internas, las problemáticas y los conflictos del ser humano están ahí, siendo los
mismos desde hace mucho, mucho tiempo.
Podemos decir algo así, como que, al ahondar en la enfermedad pareciera que esta tuviera un cuento y que Caperucita bien podía ser el cuento a través del que rastrear la enfermedad. En este caso, ambos ya caminaban juntos.
Caperucita inicia su andadura al encontrarse con una foto en Facebook anunciando unas jornadas sobre lupus y en donde aparece un hermoso lobo abalanzándose sobre la chica de rojo. Es entonces que se da cuenta de que Lupus signifi ca Lobo en latín y de que esta Caperucita de la foto algo tiene que ver ella.
Así comienzan a surgir preguntas sobre el diagnóstico, la enfermedad y ¿cómo es que
se produce ese bocado del lupus?; ¿cómo es que enferma el cuerpo?; ¿cómo es que esta y otras enfermedades tales como la fi bromialgia, la esclerosis múltiple, enfermedades reumatoides todas ellas reconocidas ya por la medicina como psicosomáticas y que tienen un origen incierto o desconocido- si bien no son exclusivamente femeninas, sí que afectan mayoritariamente a las mujeres existiendo en un rango de 9 a 1 en relación a los hombres?
¿Cómo es que son enfermedades que escogen género o cómo es que el género escoge al síntoma, a la enfermedad?
Es a partir de aquí que Caperucita va a ir intentando sugerir y sugerirse hipótesis sobre la génesis de su enfermedad y más tarde se preguntará de qué y para qué le sirve esta somatización hecha ya diagnóstico.
El cuento nos habla de una niña, habitualmente pre o adolescente, que irá a atravesar el bosque. Es en este cursar el bosque, en este atravesar y elaborar su edipo y en esa búsqueda de conocer, de saber más allá del núcleo familiar, que algo comienza a “vertirse” en el cuerpo, en el soma de Caperucita, pues es en este momento que aparecerán los primeros síntomas que más tarde darán un diagnóstico de Lupus.
Obviamente que no es este cualquier momento, de hecho suele coincidir con un importante y básico cambio hormonal y físico y con las primeras menstruaciones, es decir, con ese momento que coloquialmente, llamamos “hacerse mujer”. De esta manera y a través de otros casos descubrimos que muchos diagnósticos inician su andadura en esta época; la adolescencia. Es decir, primeros brotes coincidentes con el tránsito de loa niñez a la adultez.
También en otros momentos cruciales para la mujer como el embarazo; el parto; el puerperio… la enfermedad se hace brote, es decir, agudiza su expresión, convirtiendo así a estos momentos, que en principio se presuponen gustosos y felices, en terribles; en momentos de alto riesgo para la mujer diagnosticada de lupus.
Por tanto se hace necesario y eso le pareció a nuestra Caperucita, indagar y desgranar, por un lado; qué acontece en ese tiempo del sujeto adolescente, ya que estadísticamente, como nombramos, la sintomatología comienza a mostrarse en la adolescencia y por otro; qué sucede en los momentos de máxima expresión femenina, que algo se cortocircuita, que hay algo que falla en el sistema con más evidencia aún que en otros momentos.
Por esta cuestión del género, el femenino obviamente, es que subyace desde el principio de estas investigaciones y cuestionamientos una pregunta que el psicoanálisis evidencia y sitúa como nodal, fundamental de alguna estructura y que ya Lacan señalaba como interrogante de importancia: “¿Qué es ser mujer?”.
Y así Caperucita atraviesa su propio bosque o, mejor, vuelve a atravesarlo, a traerlo aquí, vuelve a releer el cuento para intentar entender lo que le sucede y qué es esto que se encarna en el cuerpo, esta enfermedad, este bocado del lupus.
Apuntaremos de la importancia del “bosque” de cada cual. Es decir y puesto que estamos hablando de síntoma y de enfermedad, aunque el diagnóstico sea común, el síntoma y la enfermedad de cada uno es única, como única es su historia, su andadura por el bosque y los personajes que habitan en él. Único es el imaginario.
Bien, pues en este re-atravesar el bosque, Caperucita se encontrará con situaciones, excitaciones y lugares propios y ajenos que irán ocupando tanto ella como los demás personajes del cuento y que provocarán en la niña deseos, excitaciones y culpas imposibles de asimilar, de elaborar por lo inmaduro de su edad y que harán confl icto en su psique, en su alma.
Así van surgiendo escenas y momentos que siempre han estado ahí, con una presencia constante pero velada por la resistencia a enfrentarlos y que ahora el análisis y la representación psicodramática permiten ver con más claridad, menos velados.
Bueno, ¿y qué tiene que ver esto con el Psicodrama?
Pues para Caperucita, todo este “darse cuenta” y toda esta elaboración es fruto del análisis y de escenas surgidas en los talleres de Psicodrama que van a precipitar hacia otro lugar. Otro lugar no conocido, novedoso y que va a enseñar, a mostrar caminos distintos por los que andarse…lecturas distintas del cuento.
Hablemos de una escena, actuada en un taller, hace ya algunos años, en donde se representa un momento que, si bien estaba presente con fuerza, no había llegado a mostrarse de tanta relevancia en la historia personal de Caperucita hasta esta representación y que es relativo a un instante de su adolescencia en que queda “pegada”, “anclada” a un abrazo con el padre, que resultará paralizante en su caminar como adolescente, como cursante y exploradora del bosque.
En la representación van a tener gran peso e importancia a quién elegimos en ese papel auxiliar y los porqués de esa elección. En este caso, nuestra protagonista elije para hacer de su padre a un hijo que estaba haciendo de padre de su padre en ese momento de su vida.
En la escena, Caperucita puede verse cobijada y atrapada en ese abrazo, inmóvil, pegada. Es ahí que aquí y en ese ahora que la representación trae en el abrazo que está siendo actuado, que surge una claridad en el presente, porque, ¿dónde sino en el presente nos vamos a dar cuenta? Y es que el Psicodrama, como apunta el maestro Cortés (2010), es develador.
Bien, han pasado unos cuantos años, unos cuantos bastantes psicodramas y aquel, que era de los primeros, dejó señales de importancia; un inicio de camino de miguitas de pan a rastrear, por seguir con los cuentos, en donde, cada psicodrama, cada sesión, de una u otra forma, ha sido una de estas miguitas a rastrear, tras la cual aparecía otra, y otra, y otra… para que Caperucita siguiera andando su bosque, recuperándolo y recolocando y aventurándose de otra manera en lugares propios que antes no pudo transitar.
En aquel momento, algo se descolocó, algo que había estado viscosamente fijo durante mucho tiempo. Empezó a rondar una conciencia de otra cosa, que Caperucita no sabía identificar aún, pero que le olía mal, como a podrido. Ahora sabe que era una especie de gusto; de placer mal llevado; de gustirrinín quejoso; algo así como “estar jodido pero con gusto”, muy similar a la sensación de ese abrazo representado en la escena que antes se relató.
Al recoger el caso y sobre la enfermedad, cuando quería escribir en el teclado lúpico (de lupus), el ordenador no reconocía la palabra y la sustituía por lúdico… y lo sigue haciendo, más aún, seguirá haciendo esa sustitución, dando cuenta de la delgada línea que separa el goce del placer y de cómo, con la enfermedad, esa línea conflictiva se muestra con estridencia.
Esta señal que hace el ordenador, es una señal, a la que lejos de obviar hay que atender, pues hasta el teclado está hablando de esa parte “jodida pero gustosa” que encierra la enfermedad, que se esconde en ella. Aunque, ahora, una vez identifi cado el olor de esta sensación, ya no es tan fácil que quede soterrada, inconsciente. Ya es, para Caperucita, más reconocible.
Tuve que seguir el rastro indicado por mi ordenador, investigando sobre lo lúdico de la enfermedad, más allá de lo lúpico, por tanto, más allá del discurso del síntoma o de la enfermedad; más allá del discurso del amo.
A ese “gustín viscoso” por aquí, los lares del psicoanálisis, se le llama Goce y esa escena anterior fue la que abrió el camino para que, más tarde y pasados los años y los psicodramas varios, Caperucita se diera cuenta de que en ella y con el bocado del lupus, había Goce, es decir, un cierto gusto por estar jodida, por estar enferma. No discutiremos aquí que nadie quiere estar enfermo; que el goce es inconsciente, eso lo dejamos para ser contado en otro momento.
Bien, ahora puede nuestra protagonista entender esos deseos, esas excitaciones y las culpas consecuentes como INTOLERABLES para la niña que vistió demasiado pronto su caperuza roja. Y pudo también releer su historia y posibilitar así, una nueva rescritura de la misma.
Hay sujetos que se defienden de ese dolor intolerable del alma, del dolor psíquico, convirtiéndolo en otro dolor más tolerable. Así el conflicto pasa a hacerse carne en lo corporal, a quedar con-vertido en otra cosa menos dolorosa.
Tan intolerable se hace su sentir para Caperucita que la niña no encuentra otra salida que buscar armas para defenderse de todo y de todos y su organismo se pone manos a la obra, creando tantas defensas y sintiendo tan hostil el entorno que acaba siendo hostil en sí mismo y auto atacándose sin hacer ya distinciones entre
él y lo externo que es a grosso modo como funciona el sistema inmune del sujeto afectado de lupus. Eso es el LUPUS, y así es la vivencia particular de esta Caperucita.
Y aclaro: eso es el lupus para esta Caperucita. Es decir, cada quien habrá de encontrar sus propios significantes y sus propios significados que son, personales y, por supuesto, subjetivos.
Y aquí está gran parte de valor del análisis y del psicodrama, residente en la posibilidad de subjetivizar, de hablar en primera persona cuando el sujeto se representa a sí mismo en una escena pero también cuando ocupa el lugar de otro en la representación.
Esa opción de poner palabras y evidenciar la subjetividad del imaginario de cada quien que sale a escena, dará opción al inicio de la cura que, como sabemos, no tendrá fin.
Ese modo “particular”, será el que contenga los enigmas de cada quien.
Volver a atravesar el bosque no es sencillo e implica costes. Sin embargo, traerá también el entendimiento necesario para vivir una mejor y más placentera vida.
Por ejemplo: para Caperucita, este atravesar el bosque ha traído la conciencia de sentires que se le fi guraban intolerables y que barrió bajo la alfombra, bajo la piel, reprimiéndolos por esto mismo, es decir, porque la conflictuaban. Sin embargo los cambió no más que de sitio, traspasando ese conflicto al cuerpo y haciéndolo enfermedad física. Por tanto, tales conflictos seguían actuando, manejando, limitando un vivir más agradable y placentero, que, según anda descubriendo, es para lo que estamos aquí.
Dentro de esos “sentires” intolerables de los que hablaba antes, Caperucita descubrió deseos que ella creyó intolerables y por supuesto, inconfesables. Sin embargo, la escena, la actuación y el análisis han hecho un recoloque de lugares y de eso inconfesable, que luego no resultó tan dramático una vez desprovisto del gozoso goce que todo lo intensifica. Y es que, en los cuentos, ya sabéis, a veces, las cosas no son lo que parecen. En ocasiones los lobos, acaban siendo, en realidad, corderos; las abuelas lobas camaleónicas que cambian de piel y ahora son cordero, ahora son loba; a veces, incluso los cuentos se mezclan y se cruzan historias, aparecen ratitas presumidas y los árboles frondosos del bosque acaban en algún que otro prado más luminoso donde Caperucita podrá pararse a mirar su propia cesta y lo que contiene; cuánto de miel, cuánto de leche…en ella va a encontrar sus deseos y ellos ya le van a contar qué camino, lejos ya de ese bosque, que siempre estará presente pero que quedará atrás para ir a investigar otro, a correr aventuras.
“Destapar”, levantar y darle voz, y puesto que nos trae aquí el Psicodrama, darle escena al síntoma, a ese “Significante Amo” en el se convierte el diagnóstico de la enfermedad, va a ser imprescindible para acercarse a la cura. Una cura que necesita a la palabra.
¿Qué es este dolor que sólo cede con la cura por la palabra?
Cada quién habrá de contestarse a esto, si así lo desea…
En este caso, Caperucita al preguntarse, al adentrarse en su bosque, descubrió conflictos y tensiones en donde se ponía en juego su propio deseo. Deseo que, al jugarse aquí y ahora ha podido surgir y reconducirse, reconociendo que hay algo de cada uno de los personajes del cuento en ella; que la Caperucita que es, tiene algo de cada uno de ellos.
El símbolo que representa al Lupus es una mariposa por la marca cutánea que se forma en la cara y que adquiere esta forma y ¿qué significado simbólico se le da a la mariposa? Además del consabido a la transformación por el paso de gusano a gusano con alas y a la posibilidad de volar, está este otro, que venía a cuento de todas estas preguntas sobre ¿qué es ser mujer? y
que subyacen en muchas mujeres afectadas por las enfermedades, que como el lupus, son mayoritariamente femeninas: la mariposa era, entren los antiguos griegos, al parecer primeramente un símbolo de la divinidad femenina primigenia y posteriormente pasó a ser el emblema del alma. La diosa Psyche (Psiquis) se representaba generalmente con alas de mariposa.
Divinidad femenina y psique… quizá estos conceptos que la mitología une y que el lupus utiliza como símbolo con la imagen de la mariposa, recojan muchos de los misterios que podrían dar inicio a una nueva apertura y visión sobre muchas de las enfermedades que son plaga en nuestro tiempo y que afectan a la mujer mayoritariamente. Enfermedades que quedan sumidas en el cajón desastre del “de origen desconocido” y que únicamente tienen un tratamiento médico paliativo que, a menudo, no
es suficiente para que el sujeto afectado lleve una vida funcional y, mucho menos, satisfactoria. Enfermedad del alma, dolor del alma…así se refieren algunos autores al dolor causado por estas enfermedades y que mejora, cura por la palabra. Qué curse, que cada uno relea su cuento, vuelva a mirar a los personajes que lo configuran y le de voz al niño o al niña que transita ese bosque…si así lo desea. Terminaremos citando al maestro Freud (1912) cuando dice “Podríamos casi decir que una histeria es una obra de arte deformada…”. Y así es cómo algunos entendemos la psique y el alma humanas, como obras de arte deseando ser interpretas y leídas, con tantas interpretaciones y lecturas como imaginarios se presten a ello y viajando interminablemente de la “deformación” a la recuperación del propio deseo. ¿No es de eso de lo que se trata?