PSICODRAMA Y ADOLESCENCIA.
Ortín, V.M.
Fecha de recepción: 5 de julio 2018.
Fecha de aprobación: 10 de agosto 2018.
LA HOJA DE PSICODRAMA Nº 67 (53-59)
Resumen
Con carácter general, nos posicionamos ante la adolescencia viéndola y viviéndola como una crisis. Sin embargo, ante esta generalidad, también podemos mirar a este periodo crítico, al igual que a todas las crisis, como una oportunidad en la que el psicodrama se constituye como herramienta valiosa para acompañar a nuestros adolescentes. Centrándonos en la experiencia de aplicación del psicodrama freudiano en un grupo de adolescentes tutelados por la administración y cuyo nexo común es la situación de desamparo, intentaremos reflejar como el mismo posibilita un espacio adecuado para el tránsito de la infancia a la adultez y del desamparo al sujeto.
Abstract
For most of us, our adolescence is merely a state of crisis. However, we can see this critical period of life much like the rest of crises an opportunity. It is an opportunity to apply psychodrama, a valuable and helpful strategy, during adolescence. The application of Freudian psychodrama in a group home for children raised by the government can promote a thriving environment during an individual’s transitory period from childhood to adulthood and from helplessness to the subject.
Psicodrama y Adolescencia
Rousseau en “Emilio y la educación” (1762) distinguía dos nacimientos; un primer nacimiento que es el que se tiene para existir y un segundo nacimiento, el de la adolescencia, que es el que se tiene para vivir. En este segundo nacimiento, que se correspondería con el momento de crisis adolescente, los jóvenes son lanzados al mundo y eso implica que tenemos que ser capaces crear espacios para poder acompañar de la mejor manera posible el pasaje de la adolescencia, pues para el adolescente que lo transita este pasaje no está exento de cierto sufrimiento y soledad.
Este acompañamiento por el camino de las adolescencias, nos lleva a aceptar inevitablemente la presencia del Otro, pues si aceptamos la premisa de que: “No hay sujeto sin Otro”, entenderemos, por tanto, que “Tampoco hay adolescente sin Otro” y en este sentido nuestro encargo como psicodramatistas, educadores, padres, en definitiva, como “Otros” respecto al adolescente actual, es dar los medios para que ellos puedan surcar la crisis de identidad propia de esta etapa vital, puedan separarse de sus pactos vinculares infantiles y comiencen a hacerse cargo de sus actos, responsabilizándose de su deseo. Debemos ser capaces de ocupar lugares y crear espacios desde los cuales y siguiendo a E. Gurman, podamos facilitar que el adolescente pueda reactualizarse en la tragedia edípica, lugares donde puedan reinscribir las marcas fundantes de la infancia con las que tienen que hacer, irremediablemente, algo y que, de suerte, implicara tener que posicionarse como Sujeto; como sujeto en relación a su identidad sexual y como sujeto en relación al grupo ya sea la sociedad, la pandilla y como no, la familia.
De esta manera y siguiendo a Winicott (1980), este encargo debe llevarse a cabo haciendo un ejercicio de privación, pues el adolescente no desea que se le entienda y los adultos debemos privarnos de llenar esa falta de entendimiento con nuestro propio saber. Frente a los adolescentes, pensamos que el saber debe servir para interrogar nuestra propia posición, que bien podría ser la de acompañante, entendido como estar al lado, ni por delante donde nos ven todo el tiempo, ni por detrás donde no nos ven.
En este sentido el educador o psicodramatista que se interroga, adquiere el compromiso como dice Lecadée (2010) de acompañar el dolor de vivir y aprender del adolescente, intentando irradiar en ellos el deseo de vivir, tal y como ya manifestó Freud (1910), en su escrito “Contribuciones para un debate sobre el suicidio”.
La misión del Otro adulto abarcaría, nada más y nada menos, que el acompañamiento en un momento de sus vidas en el que su desarrollo les obliga a toparse con el Duelo, con la Falta y con el Deseo. Desde este compromiso, debemos ser capaces de crear espacios donde la palabra no solo circule y apacigüe el malestar de los adolescentes, sino que, a la vez, traiga consecuencias y los adolescentes se vayan haciendo responsables de sus actos y en definitiva de su propio Deseo, aceptando lo que no puede ser y dando cabida a lo que sí puede ser.
¿Y por qué el Psicodrama Freudiano nos parece una herramienta valiosa para trabajar con los adolescentes?
Lecadée (2010) en su obra “El despertar y el exilio”, señala que solo se puede trabajar con adolescentes si uno está dispuesto a dejarse incomodar y si se elige una forma de trabajo que priorice la particularidad del caso por caso.
Esto nos aboca a apostar por una herramienta que convoque la subjetividad y nos aleje de los peligros inherentes de un conductismo imperante, de un exceso de fórmulas generales aplicadas individualmente por quien no duda en saber lo que le pasa y conviene al adolescente y de un exacerbado catálogo de premios y castigos que casi nunca funcionarán a medio-largo plazo, prácticas todas ellas que están tan en boga desde hace años, en muchas de las instituciones que trabajan con adolescentes.
En este sentido, entendemos que el Psicodrama Freudiano es una herramienta válida para trabajar con los adolescentes por los siguientes motivos:
- Psicodrama y grupo:
En primer lugar, el psicodrama freudiano es un trabajo que se hace en grupo lo que comporta ciertas ventajas respecto a otras técnicas. Los grupos de iguales son estructuras buscadas especialmente en esta época adolescente y con las que los mismos se sienten familiarizados. El “grupo” en este momento vital, tiene un potente efecto movilizador y constructivo puesto que las relaciones sociales y afectivas que establece le permiten ensayar, a través de las identificaciones que realiza, cuáles son sus nuevas capacidades y las expectativas que tiene sobre sí mismo contribuyendo a la elaboración de su identidad adulta. Además, la propia dinámica transferencial en el grupo de psicodrama freudiano, mediada por esa doble dirección con el psicodramatista (transferencia vertical) y entre los compañeros (transferencia horizontal) facilita el desarrollo del discurso del adolescente, ya que suele sentirse más cómodo en el encuadre grupal, que en los encuadres terapéuticos de cara a cara, con una presencia masiva del Otro.
No obstante, se hace necesario precisar que en Psicodrama Freudiano, si bien trabajamos con un grupo inter iguales, donde el adolescente sabe que el de al lado ha pasado o está pasando por la misma experiencia, nuestro grupo no es un grupo espontáneo donde los adolescentes suelen acudir para buscar auxilio ante su soledad y donde el grupo se sostiene sobre la semejanza imaginaria que deriva de la identificación con el ideal y donde se correría el peligro de apuntalar el narcisismo, de reforzar el imaginario, de negar la función del Otro, trabar la simbolización y en definitiva de dañar la subjetivización. Nuestro grupo psicodramático y reafirmándonos en que “no hay sujeto sin Otro” y en que “no hay adolescente sin Otro” introduce la presencia del psicodramatista, implantando una figura de autoridad que se convierte en el Otro, lo que permite la simbolización y subjetivización.
- Psicodrama y subjetividad:
En segundo lugar, me parece importante resaltar la subjetividad en el trabajo con adolescentes, pues si bien la pubertad es un hecho generalizable, las adolescencias son singulares. Cada adolescencia es una singular respuesta que cada uno inventa frente a ese indecible que es la pubertad, en tanto en cuanto parece insuficiente su lenguaje para nombrar a ese real que son los cambios corporales y el acceso a la capacidad reproductora. En las adolescencias cada uno pone en juego, al igual que en psicodrama freudiano, algo particular de su propia y única historia, algo particular que hace que tengamos que prestar atención al detalle. Así las cosas, en el psicodrama los adolescentes comienzan a contar, a poner palabra a algo que les incomoda y que tiene que ver con su propia y única historia: -“Creo que busco novios que me traten mal “; “Todo el mundo me abandona si soy yo mismo”; -“tengo que elegir y me encuentro agobiado”. Cuentan historias reales de sus propias vidas y tras la palabra viene la representación que mediante la escucha analítica, singularidad diferenciadora del psicodrama Freudiano de otros psicodramas, nos dará la posibilidad de encontrarnos con el detalle, con los lapsus, con las diferencias entre la representación y lo narrado, detalles todos ellos, que son señales por donde emerge el inconsciente, constituyéndose la herramienta, como dice E. Cortés (2017), óptima para el proceso de simbolización del adolescente y la construcción subjetiva.
El detalle en la escucha analítica: viñeta extraída de una sesión de 14/6/2017 del grupo de psicodrama de un CPM de Murcia
Amanda (16 años) comenta: – Quiero llevarme bien con todo el mundo, pero todo el mundo me falla, no quiero que me fallen.
El animador le interroga por ese “todo el mundo” que parece excesivo y por quién no quiere que le falle, ¿a quién se refiere? Ella insiste en que todo el mundo le falla y es invitada a que narre una escena en la que eso le suceda.
Amanda: -Yo siempre cubro a mis compañeros y hace unos días en la cena no quise comerme la verdura y cuando los educadores preguntaron, a mí nadie me cubrió, todos me fallaron. Se le invita a montar la escena y tras elegir a 8 auxiliares y montar dos mesas de comedor, Amanda se olvida de colocar su silla, se le señala el olvido y se corta la escena. Amanda tras manifestar su enfado porque no se le deja continuar y quedar desconcertada, una vez en su lugar, se le vuelve a dar la palabra:
Animador: – ¿Qué ha pasado?. Amanda: -Que se me ha olvidado mi silla, he olvidado mi sitio.
Animador: – ¿Quién falla?
Amanda: Pues me fallo yo misma, que estoy pendiente de los demás y me olvido de mí.
Animador: Parece claro que estás más pendiente de los demás que de ti y eso te genera malestar ¿Por qué puede ser? y desde ese todos que te fallan, a solo fallarte tu parece que puede haber alguien más ¿Quién? ¿Quién no quieres que te falle?
- Psicodrama y duelo:
Y en tercer lugar, porque el adolescente está inmerso en un proceso de Duelo y el psicodrama es una herramienta privilegiada para la elaboración del duelo. El adolescente debe decir adiós a su cuerpo infantil, a las sensaciones que le devolvía y a la imagen que tenía de él. El real de los cambios físicos propios de la pubertad, implica el fin de la niñez y supone un triple duelo. Por el cuerpo infantil, por la infancia en sí misma y sus identificaciones y por el vínculo con los padres. Ante este duelo, el adolescente suele quedar enmarcado en un sufrimiento que no cesa, no encontrando lugares en los que poder inscribir lo que le pasa y no localizando referentes a quién dirigir sus llamamientos y solicitar apoyo.
Ante esta situación de duelo y desde el Psicodrama, se puede operar creando un espacio que da lugar a la palabra, y a través de ella al sufrimiento, de manera, que vayan surgiendo los interrogantes que tienen que ver con el ser. Surge la pregunta de ¿Ahora quién soy?, pero más allá de esta obvia pregunta en un momento de crisis identitaria, lo que también se plantea, lo que realmente se pone en juego, es una crisis del Deseo y surge otro interrogante: ¿Qué quiero?
¿Quién soy? y ¿Qué quiero? son preguntas que vienen a poner en juego el Deseo y donde el Psicodrama Freudiano viene a ser llamado a desplegar su potencialidad, ya que el Otro que ocupa el puesto de animador, de sujeto de supuesto saber y por la propia dinámica de la herramienta, no ocupa un lugar desde el que se lanza pautas y consejos desde el saber omnipotente y de los que están tan hartos los adolescente, sino que simplemente posibilita que los adolescentes puedan ir volcando su angustia y hacerse las preguntas correctas. El psicodramatista practica la privación de la que hablaba Winnicott y no intenta saciar el apetito adolescente de identidad.
El psicodramatista da el lugar, el tiempo, y encarnándose en el Otro facilita que el adolescente expresándose y actuando pueda hacer elaboraciones subjetivas. El deseo del psicodramatista no es deseo de comprender, ni de empatizar, ni de enseñar, ni de adoctrinar, ni de domesticar, ni de controlar, sino que su deseo es el deseo de ser motor del deseo del adolescente, ayudándole a que haga el tránsito de lo imaginario a lo simbólico, a que encuentre la causa de su deseo diferenciándose del de al lado y se encuentre consigo mismo, y por ende, con su deseo.
Una experiencia de Psicodrama aplicado a un grupo de adolescentes tutelados:
Habida cuenta de lo dicho hasta ahora y movido por la firme convicción de la utilidad del psicodrama y el análisis en mi propias carnes y llevado por mi deseo, pongo la carne en el asador y abandono mi lugar de protesta sobre las limitaciones del sistema establecido donde imperan esas fórmulas generales de contención y modificación conductual, abandono la crítica a la institución y me cuestiono sobre mi estar en relación a la institución y a mi trabajo en la misma. Aprovechando que nuevos vientos soplan a favor, paso de la queja a la producción y planteo la posibilidad de crear un grupo de psicodrama en el centro de protección de menores donde trabajo. La propuesta es aceptada y encuentra buena acogida en el equipo y mejor en el grupo de menores, y a los pocos meses de empezar con el grupo, el psicodrama freudiano pasa a formar parte del proyecto educativo de la institución.
Los menores que conforman el grupo están tutelados por la administración, lo que supone una previa declaración de desamparo. Estos chicas y chicos, acarrean a sus espaldas importantes experiencias traumáticas y en este momento de tránsito, se encuentran pese a la gran resilencia que demuestran, con cierta inestabilidad estructural y sin suficientes herramientas subjetivas y sociales a su alcance, a lo que hay que sumar la dificultad añadida que implica para estos chicos el poder establecer vínculos con los referentes, pues una vez cumplan los 18 años salen inmediatamente del sistema de protección y que se dé una paradoja: “ los que protegen al abandonado lo vuelven a abandonar.”.
Está declaración de desamparo, es una singularidad de este grupo con respecto a otros grupos de adolescentes, puesto que esta es una situación que, en muchos casos, les define. En el trabajo psicodramático con estos adolescentes tutelados, se hace necesario señalar que la misma singularidad, puede operar como un etiquetamiento y amplificar una identificación en el plano imaginario como “chicos de centro”, dificultando el proceso de simbolización y la subjetivización. Asimismo, esta circunstancia, al suponer un corte con la familia o lugar de origen, supone también un corte con las identificaciones previas y después de ese corte como señala S. Brignoni (2004) el adolescente tiene al menos dos opciones: o repetir la escena que lo ha llevado allí, es decir convocar con su posición esa escena en otro escenario o hacer un trabajo subjetivo que le permita salir de la misma y es en relación a esto última opción, donde la convocatoria a participar en el grupo de psicodrama adquiere carta de naturaleza y su verdadera utilidad. El grupo psicodramático habilita que el deseo se juegue, permitiendo que el adolescente se exponga ante el grupo y escena tras escena y como si de un navegante en un mar de posibilidades se tratara, vaya encontrándose consigo mismo y con su deseo. En definitiva se trata de ofrecerles oportunidades para que los adolescentes puedan optar por explorar y colocarse en otros lugares.
El grupo lo componen 12 menores de ambos sexos y de edades comprendidas entre los 13 y los 18 años. Los menores hacen ellos mismos la demanda de entrar en el grupo, pasan a espera y cuando se queda un hueco libre entran a participar como miembros del mismo. Después de un año, por el grupo han pasado 19 menores. Las salidas del mismo han sido 3 por cumplir la mayoría de edad, 3 por manifestar su voluntad de no querer continuar y otra por fugarse del centro.
En cuanto la periodicidad, inicialmente pensé que fuera mensual, pero desde la primera sesión los chic@s demandaron realizarlo con mayor asiduidad y finalmente se viene haciendo una sesión de hora u hora y media semanalmente. Las normas que se han dado al grupo son: la de confidencialidad tanto por su parte como por la mía; la de restitución; la de asistencia y el compromiso de que, una vez se entre en el grupo, permanezcan, al menos, dos meses.
Con el grupo trabajamos sin observador, lo que implica adaptar la técnica de la co-terapia con la que se suele trabajar en psicodrama freudiano a las circunstancias y por lo tanto, en cada participación se van señalando los lapsus y las diferencias entre la narración y la representación y tras la misma se hace una breve devolución de los significantes. Como animador, en las tres primeras sesiones, introduje un caldeamiento 58 contando un cuento, pero me di cuenta de que esto condicionaba en demasía el discurso introduciendo el significante y puesto que, para sorpresa mía, los chic@s habían integrado tan rápidamente la dinámica, desde entonces empezamos siempre con un -“Os escucho” y el discurso comienza a circular y las escenas a sucederse
Pero veámoslo con la viñeta de otra sesión de 5/5/2017 del grupo de Psicodrama del CPM: Viñeta del Desamparo al Sujeto.
Fátima (17 años) abre la sesión expresando que últimamente está muy agobiada, que ha tenido contacto telefónico con su madre y está muy confundida. Quiere volver a su casa y no quiere. Interrogada por la contradicción, afirma que ella sigue queriendo a sus padres pero que se fue sin despedirse y le gustaría estar con ellos, pero duda porque no estaba bien. Se le pide que concrete en algo el porqué de ese malestar en casa y nos cuenta que sus padres querían que dejara de ir al instituto, no querían que siguiera estudiando y querían que se quedara en casa haciendo las labores. Narra una escena en la que ella está estudiando en su habitación junto a su hermana de 7 años y su padre abre la puerta y le dice que deje de estudiar que eso con su edad no está bien y que lo que tiene que hacer es quedarse en casa. En las elecciones de auxiliares destacar que elige a un chico para hacer de su padre con el que mantiene una relación de noviazgo por ser un soso.
En la escena el padre entra en su habitación sin llamar a la puerta cosa que se le señala y le dice que deje de estudiar, que no debería ir más al instituto y ella es incapaz de responder nada y se pone a llorar. Expresa sentirse mal pero que es incapaz de contestar a su padre a pesar de querer seguir estudiando. Se le propone un cambio de rol con su padre en el cual no termina de situarse, en el cambio de rol con su madre (que estaba en la cocina de la casa)dice que ve bien lo que dice su marido porque una buena musulmana no debe andar por la calle, ni por el instituto y finalmente desde el rol de su hermana pequeña de 7 años cuenta-” mi padre no quiere que mi hermana estudie porque le han crecido las tetas mucho” “ya es una mujer, puede ir con hombres y mi padre no quiere” de vuelta a su lugar se le invita a terminar la escena y le dice a su padre: -“quiero seguir estudiando” el padre le da permiso y le dice que si es lo que quiere lo entiende, pero enseguida se sale de la escena y dice que eso no puede ser.
Se le devuelve que las cosas no son blancas o negras, que se puede seguir queriendo a los padres pero no por ello hay que aceptar renunciar a estudiar o a lo que ella desee, que cuando ha pedido, ha conseguido el permiso y que tendría que preguntarse por qué no ha aceptado el permiso de su padre para seguir estudiando y que reflexione sobre los motivos que ha dado su hermana. Ante la confusión inicial parece que hay que elegir.
Luego toma la palabra Mohamed que había participado de auxiliar haciendo de padre y dice que ha sentido mucho enfado porque odia su cultura de origen, de la que huyó y que hacer ese papel le ha puesto muy triste. Preguntado por esa tristeza dice que tiene un problema desde hace mucho tiempo y es que no puede llorar, a veces está muy triste y quiere llorar pero no puede, algo no le deja. Interrogado por ese algo, nos cuenta que cree que no puede llorar porque es lo que le han enseñado desde pequeño y nos trae una escena en la que su madre abandona la casa familiar junto a sus tres hijos siendo él el mayor y teniendo unos 7 años, recuerda que empezó a llorar y su madre le dijo que los chicos no lloran.
Al representar la escena hace como si llorara pero cuando su madre le dice que no llore, él se calla. En el cambio de rol y desde el lugar de su madre dice: – “ No quiero que mi hijo llore porque me pongo más nerviosa, es lo que me faltaba” -“Si no tuviera hijos todo sería más fácil, así que por lo menos que no llore el mayor”. De vuelta a su lugar, se le pregunta por lo que ha dicho su madre y dice que se ha dado cuenta de que le decía eso porque era mejor para ella, no para él. Se le pregunta que si ha escuchado los motivos de su madre y que si no llorar le hace daño, ¿hasta cuándo va seguir haciendo caso a su madre?
Tras esta escena el menor del grupo Moncho (14 años) y que no había participado aún en ninguna de las 7 sesiones precedentes, rompe a llorar fuertemente y entre sollozos dice -“ ¡Todo me parece muy mal, qué se piensan estos adultos!, estoy llorando porque el padre de Fátima y la madre de Mohamed me han recordado a mi madre y de cómo al día siguiente de emborracharse y pegarme o echarme de casa, me decía que tenía que perdonarla porque yo era sangre de su sangre y me había dado la vida” Moncho, mientras habla se va tranquilizando y termina diciendo “ es muy injusto que se crean que tienen todo el derecho sobre nosotros, no somos una parte de su cuerpo, no somos una mano o un pie suyo, ni cosas suyas, somos adolescentes que tenemos derecho a vivir nuestra vida, yo no soy un objeto de nadie, soy un sujeto”
El animador termina la sesión devolviendo: -“Moncho es la primera vez que hablas y solo puedo decir gracias, sigue hablando y ¡Amén! Por supuesto que tenéis derecho a vivir vuestra vida y por supuesto que no sois cosas, no sois objetos, sois los sujetos de vuestra vida y no os la podéis perder”
Para terminar, decir que en la segunda sesión les propuse que le pusieran un nombre a lo que hacíamos; ellos eligieron el “Teatro del desahogo” y creo que el nombre era acertado puesto que es un espacio donde, como ya dijimos anteriormente, la palabra circula y alivia el sufrimiento adolescente. No obstante con el paso de las sesiones ellos han ido abandonando el nombre del “Teatro del desahogo” y van usando mayormente el de Psicodrama. Habría que preguntarles cómo ha sido el trance o el proceso para este cambio de nombre. Se me ocurre que dada la densidad de sus historias vitales, para ellos primero se hacía necesario poder desahogar un poco de eso que les colma y así poder pasar después a llamar por su nombre a esto que hacemos cada semana: Psicodrama Freudiano. Estos chic@s ahora ya no solo se desahogan, sino que como si de trapecistas con red se tratara, pueden abordar su imaginario, representar su historia particular y jugarse su Deseo haciéndose responsables del mismo; porque como decía Moncho, ellos tienen derecho a vivir su vida y eso no se les puede olvidar y si se les olvida se lo tenemos que recordar. Esa es nuestra responsabilidad, nuestra misión y deseo desde el lugar de ese Otro fundante que hemos elegido ocupar.
Referencias/Bibliografía
Dolto, F. (2004). La Causa adolescente. Madrid. Paidós ibérica.
Deltombe H. (2012) Salir de Adolescencia. En Adolescencias por Venir. (pp. 123-134).Madrid. Gredos.
Rousseau, JJ. (1998) Emilio y la Educación. Madrid. Alianza Editorial.
Gurman, E. Seminario el tiempo de la adolescencia. Clase 4. Recuperado; www.edupsi.com.
Winnicott, D.W. (1980). La adolescencia. Buenos Aires. Hormé.
Lecadée, P. (2010). El despertar y el exilio. Madrid. Gredos.
Freud, S. (1910). Contribuciones para un debate sobre el suicidio. Escritos breves. Recuperado de: www.psicopsi.com.
Freud, S. (1995). Tres Ensayos sobre Teoría sexual. Madrid. Alianza Editorial.
Cortés, E. y colaboradores. (2017) Psicodrama Freudiano Clínica y Práctica. Granada. España. Alborán editores.
Brignoni, S. (2012). Pensar las adolescencias. Barcelona. UOC.